jueves, 2 de noviembre de 2023

Tejer, destejer y aprender: Confesiones de una tía swiftie





La hija de mi mejor amiga (sobrina del corazón) me pidió que le tejiera el amigurumi de Taylor Swift, por lo que me dediqué a buscar patrones de la muñeca en Etsy. Encontré uno de Aracnené, una talentosa crochetera, que diseñó una Taylor llena de detalles y (aparentemente) muy fácil de tejer.

Y es que tejer nunca se trata sólo del acto de combinar nudos y puntadas, también es acerca del reto de construir desde cero un rompecabezas que al final se unirá en un personaje o un objeto que costó tiempo, dinero y esfuerzo. 

Tejer es un hobby relativamente caro, pero es de los más satisfactorios en términos de "producto terminado", en un mundo donde el valor tiende a medirse en términos de producción masiva y eficiencia, el tejido a mano representa una forma de resistencia cultural: una afirmación de que el tiempo, la paciencia y la dedicación artesanal tiene un valor intrínseco que trasciende lo puramente económico. 

En este momento me viene a la cabeza la crónica de Eduardo Galeano, cuya otra resistencia cultural se resumía en negarse a tirar todo, sólo porque sí: "Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo). Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir"




Guardando proporciones, todos nos preguntamos al ver La Piedad, de Miguel Ángel, cómo emergió tal portento de un simple bloque de piedra y lo mismo pasa con la cantidad de estambres de diversos materiales, formas y colores, en el resultado que tenemos en nuestras manos. Por eso, del tamaño del reto es el calibre del descubrimiento. Quién imaginaría que de varios estambres Omega marca "Abuelita", saldría una muñeca de una de las artistas más famosas de todos los tiempos, por la que las swifties están dispuestas a pagar cifras de más de tres ceros, pero que una tía alcahueta no vacila en tejer amorosamente para su querida sobrina. Ni Maussan podría descifrar tal misterio del Tercer Milenio...¿a poco no?


En términos de "saber leer", recuerdo que PicaPau en la introducción de su libro de amigurumis, cuenta que en portugués, al patrón de tejido también se le dice "receta", ligando el arte de la cocina con el arte del tejido y el arte de la escritura, porque se leen los patrones de tejido o costura, se leen los ingredientes de la receta con los ojos y con las manos ¿cuántas veces nuestras abuelas nos decían que los gramos y las cucharadas eran innecesarios y que con los dedos de las manos haciendo las veces de instrumentos de medición debíamos ir "tanteando" el sazón, para no necesitar nada más que la cabeza, las manos y el corazón para lograr un guiso insuperablemente delicioso?

 Erróneamente, solía pensar que comprar un patrón de un artista del tejido quitaba en cierta manera el mérito del diseño propio, al reproducir el modelo de otro artista, pero como dice Austin Kleon, parafraseando a Picasso: "Los buenos artistas copian, los grandes roban el diseño completo". La pregunta del millón es cómo encajan los modelos educativos tradicionales y rígidos con esta forma de aprendizaje artesanal, basada en la memoria del corazón, la repetición y la interpretación personal. 

El tema es serio, pues el trabajo del profesor es, a fin de cuentas, un oficio que se supone se perfecciona con el tiempo, como el del artesano,  aunque algunos tienen un año de servicio repetido 5, 10, 30 veces. Afortunadamente, son los menos.


He estado pensando en los conceptos de transdisciplinariedad y transversalidad de Édgar Morin, porque según yo, se evidencia más claramente la diferencia entre el modelo tradicional por asignaturas y la propuesta por proyectos, pues en el tejido, aprendemos a leer con un vocabulario gráfico, un lenguaje simbólico que en un amigurumi implica el conocimiento del álgebra, en el conteo de puntos y vueltas; así como de geometría, al contemplar el manejo de los volúmenes y proporciones y también de literatura o story telling, al plasmar al personaje que previamente hubo que comprender en todas sus facetas para posteriormente aterrizar la interpretación en el patrón que puede incluso venderse en plataformas como Etsy para que otros tejedores construyan su propia interpretación hilada de lo que sea. Tal cual.  



La evaluación en el oficio de los tejedores también difiere significativamente de la que se realiza en el modelo educativo tradicional. En el sistema formal, los exámenes estandarizados miden el conocimiento en momentos específicos. En el aprendizaje artesanal, la evaluación es continua y orgánica: cada puntada proporciona retroalimentación inmediata, cada proyecto completado es una demostración tangible del progreso. 

No hay "respuestas incorrectas", solo diferentes interpretaciones y oportunidades de mejora. Toda tejedora (o tejedor) sabe que se aprende más destejiendo que tejiendo. El error es siempre aprendizaje, oportunidad, experiencia. Destejer es perdonarse uno mismo primero y pensar en la obra terminada antes que en el mito de Sísifo y en la flojera que da pensar que una hora de tejido se deshilache (literalmente) en 20 segundos. El error en el tejido consiste en echarse porras y tomar desiciones: aprender antes que rendirse.




Y mientras que la educación formal depende de títulos, diplomas y certificaciones, que últimamente pugnan (como dice Gabriel Zaid) por la credencialización de la ignorancia, el aprendizaje artesanal florece en comunidades de práctica donde la experticia se demuestra a través del trabajo mismo. 

Una maestra tejedora no necesita un título para validar su conocimiento; sus creaciones y su capacidad para guiar a otros son su credencial viva. Aquí puedo hablar por mí, como "eterna aprendiz", tal cual se definió Miguel Ángel, más por enfatizar el aprendizaje en el oficio, que por esgrimir una falsa modestia. 



Esta forma de aprender desde el oficio, puede ofrecer una nueva mirada de la educación bancaria de Freire, para comprender que en determinadas áreas del conocimiento (no imagino a un doctor aprender de forma diferente al modelo tradicional, aclaremos eso), como el oficio de los tejedores, este es un proceso orgánico, donde el conocimiento se construye a través de la experiencia, el "error productivo" y la tutoría contextualizada. Y mientras escribo estas líneas, pienso que un título atractivo para esta entrada de mi blog, puede ser "Amigurumi y pedagogía: Cuando Freire conoció a Taylor Swift", emulando a Santiago Posteguillo y el título de su libro "Cuando Frankenstein leyó el Quijote" que no se refiere a una historia en especial, sino a varias, de varios libros. 


Como aquella Taylor Swift de estambre que ahora habita en las manos de mi sobrina, el conocimiento más valioso es aquel que se teje con cuidado, se comparte con amor y se transforma en las manos de quien lo recibe. 

Quizás aquí radica la verdadera revolución educativa: no en reformar el sistema desde arriba, sino en reconocer y valorar estas formas ancestrales de transmisión del conocimiento que han sobrevivido precisamente porque funcionan, el aprendizaje como un acto de resistencia cultural, como una forma de preservación de lo verdaderamente valioso. Eso es tejer.

Y en eso radica la verdadera magia del aprendizaje: no en la reproducción exacta de un patrón, sino en la interpretación personal que cada aprendiz aporta al tejer su propia comprensión del mundo. Como en el tejido, como en la vida misma.



 

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